La vida de las palabras: «fajana»

El Diccionario histórico del español de Canarias (DHECan) ofrece registros bastante tempranos del empleo de este término, documentado con profusión desde el año 1500 en los legajos custodiados en los archivos insulares. Así aparece en esta data o escritura en la que el adelantado don Alonso de Lugo otorgaba tierras a los primeros colonos de Tenerife: «Que digo que daré a vuestros hermanos dos cada 4 fanegas encima en las fajanas de arriba para latada o pomares de riego; que digo que daré a Juan Dévora otras 4 fanegas de sembradura asimismo en las fajanas de arriba para latada o pomar».

De 1535 es este otro testimonio tomado de un testamento de un aborigen grancanario, en el que puede deducirse perfectamente el significado con que ha sido empleado tradicionalmente el vocablo: «Item digo que yo tengo una fuente de agua de tres azadas, con una fajana de tierra sobre la mar, debajo de la hacienda de Hernando de Castro, abajo del barranco que dicen de los Porqueros, donde corre el agua, junto a la playa y callao del mar». Y entre las posesiones del pirata Amaro Pargo, de mediados del siglo xviii, aparecen unas tierras en un barranco, «desde el Salto del Drago hasta arriba, donde empieza la faxana». En época más reciente, Miguel Ángel Martín González, en su Historia de Santa Cruz de La Palma, señalaba que «las series de basaltos antiguos y aluviones acondicionan las costas municipales mediante una morfología fuertemente acantilada en su vertiente norte y, debido a la composición de diferentes estratos de piroclastos y paquetes lávicos, producen desprendimientos que dan lugar a pequeñas fajanas abatidas por el oleaje marino». No se trata, por tanto, de un delta de un río, sino de un terreno llano al pie de laderas, acantilados o escarpes, formado comúnmente por materiales desprendidos de las alturas que lo dominan, en este caso los materiales procedentes de las lenguas de lava.

Como sucede con otros muchos canarismos, el origen de fajana se encuentra en la voz portuguesa fajã ‘terra baixa e chã’, presente todavía en Madeira y Azores. El CORPES XXI muestra ejemplos modernos del empleo toponímico al que había quedado relegado la palabra, pero el volcán de Cumbre Vieja ha contribuido a reavivar su registro en la lengua común. En la memoria colectiva, la vulcanología canaria ha dejado su huella en otros términos generales como caldera o malpaís, o en voces de uso geolectal restringido, aunque muy frecuentes entre los hablantes del archipiélago, como picónrofe o zahorra.

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